Re-pensando el dolor

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¿Qué es el dolor?

El dolor es una experiencia multidimensional compleja, y no solamente un evento biológico (Guerrero, C., MD.).  Es siempre una experiencia del sufrimiento humano, es de cada cual. Es decir, la experiencia de dolor de una persona no es igual a la de otra.

¿Qué nos duele?

El humano siente distintos dolores.  Por una lado, el que le viene del cuerpo (dolor de cabeza, de espalda) y por el otro, el dolor psíquico o emocional.   Por ejemplo, el dolor de la pérdida de un ser querido o del abandono.

¿Qué pasa cuando el dolor físico nos invade? Un dolor de hígado, o de piedras, no es sólo eso, tiene a su vez unos efectos en la manera general de cómo nos sentimos como personas y de cuánto estamos dispuestos a hacer.  Del otro lado, la pérdida de un ser querido puede provocar múltiples sensaciones dolorosas también al nivel del cuerpo. ¿Quién no ha sentido un dolor de pecho luego de un mal rato?  ¿Cuánto dolor de cabeza puede provocarnos una discusión con otra persona?

Es imposible separar lo que viene del cuerpo de la manera como nos sentimos.  El dolor es un fenómeno mixto, atrapado entre el límite de lo físico y lo psíquico.

¿Por qué es importante pensar el dolor?

Es común escuchar que el dolor es algo maligno que debemos desechar de inmediato. Este pensamiento desconoce que el dolor también es una señal de vida.  Ciertamente, provoca displacer, sin embargo, funciona como una señal de que algo anda mal.  Nos abre la posibilidad de preguntarnos ¿qué nos está pasando? ¿por qué me duele esto?

En nuestros tiempos, el dolor es visto como algo que hay que acallar con urgencia.  Es decir, no cuestionamos ese dolor.  Si miramos a nuestro alrededor, veremos analgésicos y medicamentos para mil y una formas de dolor.  Es importante recalcar que aunque ellos nos brinden alivio, ante todo hay que preguntarse sobre el por qué de ese dolor.

Por ejemplo, se busca ayuda de un médico cuando se está abrumado de dolores que no se sabe si son emocionales o físicos.  En esa búsqueda, queremos alivio inmediato, una píldora que nos quite el malestar “y ya”.  Existen diversos medicamentos psiquiátricos, como los antidepresivos, diseñados para aliviar algo de ese dolor. Sin embargo, nunca serán lo suficientemente potentes para apagar todo lo que molesta.  Un antidepresivo puede, a su vez, causar insomnio, lo que lleva a buscar la próxima pastilla.  Luego, cuando estos medicamentos no son suficientes, se comienza con el aumento de las dosis y, quizás, a experimentar con otros medicamentos.

¿Será suficiente “dormir” o acallar el dolor?  ¿Qué otros problemas esto añade? ¿Cuántas veces hemos intentado calmar nuestros dolores a costa de otro precio?  ¿Qué implica llegar al punto de querer calmar el dolor y el padecimiento, siendo esclavos de sustancias y elementos externos?

¿Qué se hace con el dolor?

Es importante ponerle palabras al dolor.  El dolor por sí mismo no significa ni vale nada, simplemente está, lo padecemos.  Para calmarlo,  existe una posibilidad más allá del medicamento:  poder describirlo y hablar de él, ponerlo en palabras.

En los escenarios médicos, y con los niños, es importante pensar cómo se puede simbolizar el dolor.  Con preguntas claves podemos ayudar a que personas adoloridas puedan poner palabras a eso que irrumpe intensamente en el cuerpo.  Por ejemplo, pregunte:  “Del 1 al 5, ¿cuánto te duele?”  La pregunta se puede repetir en distintas ocasiones, para que la persona se vaya dando cuenta de que el dolor no siempre se siente con la misma intensidad.  En el caso de los más pequeños, puede utilizar ejemplos de su vida cotidiana: “¿Te duele como un elefante o como un ratoncito?” (Un elefante es grande y pesado y un ratoncito pequeño y rápido.)  Lo importante es buscar la forma de que el dolor sea descrito con palabras conocidas por los pequeños.

Otra alternativa es la escucha terapéutica, la cual tiene un sólo propósito: brindar las condiciones necesarias para que las personas puedan significar, descifrar y tomar responsabilidad sobre su dolor de existir.  Hablar del dolor es lo único que hace el dolor soportable.  La terapia psicológica no se trata de consolación.  Hablar del dolor tiene que ver con darle sentido: dolor “gastado”, llorado, a fuerza de palabras.

Psicoterapia con niños

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Clínica con niños: ¿para qué?

El sufrimiento no es una experiencia ajena a los niños. No siempre se comprende bien de qué se trata este sufrimiento. Estados de angustia, miedos, temores, dificultades conductuales, inhibiciones, dificultades con la alimentación y para relacionarse con otros, agresividad, vicisitudes con los aprendizajes, entre otras manifestaciones, son signos de un malestar en el niño que se presentan tanto en el hogar, la escuela como en otros escenarios. Incluso cuando no se puedan identificar situaciones “traumáticas” y los padres desconocen el origen de los padecimientos de sus hijos, esto no quiere decir que no sufren. En la clínica se posibilita un espacio para la escucha profunda de estos malestares en el niño. A través del juego cada niño puede trabajar sobre sus síntomas y hacerse nuevas preguntas.

¿Cuál es el lugar de los padres en el tratamiento?

Puede ser muy duro pensar que un hijo pueda sufrir, incluso provocar en los padres un sentimiento de culpa. No se trata de buscar culpables, sino que puedan preguntarse sobre qué le ocurre a su hijo. Cuando los padres se hacen preguntas también movilizan su modo de pensar y de actuar. El hacerse estas preguntas produce efectos positivos en el hijo.

La palabra y el compromiso de los padres en el tratamiento, es fundamental. Por ello, se le facilita un espacio para escuchar sus preocupaciones con relación a sus hijos. Los padres participan del tratamiento y son entrevistados esporádicamente.

¿Qué es la terapia de juego?

La psicoterapia con niños se realiza en mayor o menor medida, con, en, y desde el juego. El niño expresa sus fantasías, deseos, experiencias, miedos, corajes, y afectos a través del jugar y sus juegos. Jugar para un niño incluye: dibujar, dramatizar, modelar, narrar historias, escribir, entre otros. Todo niño que juega se crea un mundo propio, situando las cosas de su mundo en un orden nuevo grato para él. Mediante el juego los niños transforman su dolor y abren vías de comunicación.

Por: mollypop

En una sesión terapéutica el contenido del juego toma diversas expresiones, y adquiere un determinado valor para el tratamiento. Los niños repiten en sus juegos todo aquello que en la vida les ha causado una intensa impresión, intentando resolver la experiencia traumática. Repiten y repiten hasta resolver o aceptar, o hasta no tener más necesidad de repetir.

En sesión, el niño trabaja lo suyo a través de su juego. Jugar con alguien que escucha el sufrimiento tiene su lógica, su especificidad y su finalidad. Por lo tanto, el juego en sesión es mucho más que una actividad de la imaginación.

Dado que el niño no utiliza el lenguaje como el adulto, en la terapia con niños es importante invitarle a que su juego pueda incluir palabras. Por ello es importante crear un ambiente de confianza que le permita desplegar y revelar su mundo íntimo.

Tiempos y condiciones del proceso

El proceso de trabajo con niños requiere de un espacio de confidencialidad. Para que éste pueda desplegar sus miedos, fantasías, angustias, enojos y preocupaciones, debe poder sentir que lo dicho y hecho en terapia es una confidencia. Es importante que los padres permitan y respeten el contenido de la sesión.

El trabajo clínico con niños tiene una estructura. Se acuerda una hora y día para las sesiones de tratamiento. Esto requiere un compromiso sostenido de trabajo. El número de sesiones no se establece de antemano. La duración del tratamiento puede requerir lapsos prolongados de tiempo. El tiempo de trabajo con cada niño es distinto y depende de la complejidad del malestar de cada cual. Además, la decisión de la finalización del tratamiento se acuerda entre el clínico, los deseos del niño y las consultas con los padres.

¿Por qué nuestro hijo tiene problemas?

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El título de este apartado hace eco de un maravilloso texto escrito por la Dra. Anny Cordié, psicoanalista y neuropsiquiatra. Los padres, sin saber que está pasando con sus hijos e interrogados en sus funciones maternas y paternas, llegan a la consulta del psicólogo con esta y otras preguntas: ¿Por qué nuestra hija fracasa en la escuela?

¿Por qué nuestro pequeño nos hace la vida intolerable con sus conductas violentas? ¿Por qué mi hija no aprende? ¿Por qué Valeria no habla? ¿Por qué Carlos padece de erupciones en la piel que resisten a todo tratamiento? ¿Por qué Gabrielita comete reiteradamente el mismo error cuyo soporte no es de orden cognoscitivo? ¿Por qué Isabel se queja de dolores en el cuerpo sin haber causa orgánica?

El sufrimiento no es una experiencia ajena a los niños. La clínica psicoanalítica posibilita dar cuenta de sus manifestaciones en la práctica cotidiana. Asimismo permite operar sobre los estados de angustia, dificultades conductuales, inhibiciones, vicisitudes en los aprendizajes, entre otros. El analista abre un espacio de escucha para que se pueda restituír el sentido de los síntomas a los efectos de que el niño pueda “liberarse de él”.

Al decir de Baraldi, jugar es cosa seria: “(…) el jugar, lejos de constituir una acción espontánea, es el efecto de un trabajo que el infante realiza. Trabajo que como tal tiene su especificidad, su lógica y su finalidad.” (Clemencia Baraldi, Jugar es cosa seria, 2004). La terapia de juego hace posible el despliegue de la escena lúdica. El juego del niño remite al saber del inconsciente. Los infantes repiten en sus juegos lo que en la vida les ha causado fuertes impresiones intentando resolver la experiencia traumática.

El juego infantil tiene sus particularidades en función del momento de la constitución subjetiva por la que el pequeño está atravesando. En la relación terapeútica, el infante da cuenta de las dificultades y la complejidad de sus vivencias. Por ello, en la clínica con infantes se confía que cada vez que un niño juega en el tratamiento, está “jugando aquella escena que necesita ser jugada.” (Equipo de psicopedagogía, Aprendizaje y Desarrollo, En red, marzo 2002)

* Anny Cordié, Doctor: ¿por qué nuestro hijo tiene problemas?, Buenos Aires: Nueva Visión 2004.